Boulevard Haussmann, octavo piso de unos grandes almacenes, las 14:00 horas. Hay gente en el ascensor. Las puertas van a cerrarse por fin, cuando un hombre se acerca. Una mujer pulsa el botón para mantenerlas abiertas. Uno de los ocupantes, exasperado la increpa: “ya cogerá el siguiente, ¡tenemos otras cosas que hacer!”. Sin apartar el dedo del botón, la mujer le responde con aspereza… se ha creado una gran tensión; en los labios del hombre se perfila una nueva invectiva Ives, testigo del altercado, se vuelve hacia el y le dice: “Parece enfadado”, ¿tiene prisa?”. El cambia inmediatamente de tono y de actitud: “sí, acabo de comer y llego tarde a una cita”. Sonríe. La mujer se calma. El ascensor llega a la planta baja, el hombre sale y, sin dejar de sonreír, se despide calurosamente: “que tengan un buen día”.
En el colegio se aprende historia, geografía, matemáticas, lengua, dibujo, gimnasia… pero ¿qué se aprende con respecto a la afectividad? Nada. Absolutamente nada sobre cómo intervenir cuando se desencadena un conflicto en un ascensor. Absolutamente nada sobre el duelo, el control del miedo o la sana expresión de la cólera. El 90% de nuestra vida cotidiana se silencia. Pero ¿no nos resultaría tan útil recibir algunas nociones sobre la conciencia de uno mismo y la descodificación de las emociones como saberse la lista de los reyes que han ocupado el trono en nuestro país?
Hace 15 años empecé a dar clases en la Escuela Nacional de Artes y Oficios. Me correspondió un módulo titulado “Emociones”. Muchos de los fracasos en el examen de fin de carrera se podían achacar a la emotividad. Había que enseñar a los futuros ingenieros a control los nervios, a dominar el movimiento corporal a la hora de hablar en público, a expresar con palabras sus emociones y a poner emoción en sus exposiciones y a tener confianza en sí mismos.
Para lograrlo no basta el C.I. (Cociente Intelectual). Es lo que vemos todos los días, tanto en el ámbito de la enseñanza como en el de la empresa; lo que marca la diferencia no son únicamente los conocimientos técnicos, sino la capacidad para manejar los afectos y comunicarse.
La comunicación tiene sus leyes: hay que adquirir ciertos conocimientos, dominar distintas formas de enfocar los asuntos, desarrollar diferentes modos de desenvolverse. El lenguaje de las emociones tiene una gramática. Dirigir una reunión, hablar en público, vencer la timidez, responder a la agresividad, imponerse, dar la propia opinión, escuchar, comprender las reacciones de los demás, llorar, motivar a un equipo y motivarse a uno mismo, ser receptivo a las emociones, hacer frente a la adversidad y al cambio, resolver conflictos… En el marco de la formación continua, los seminarios de relaciones humanas ofrecen hoy en día múltiples ocasiones de perfeccionar las aptitudes relacionales. Pero los participantes siempre preguntan: “¿por qué no nos enseñan esto en el colegio?”.
Tal vez porque, si bien el saber en sí es tan antiguo como la humanidad, su organización es relativamente nueva, al menos en occidente. También se deba quizá, a que cierto número de personas no quieren aprender algo que consideran innato. Para ellas, relacionarse es como caminar o respirar, no se educa. Quieren conservar su “naturalidad”. ¿No habría que poner la inteligencia de las relaciones sociales en el mismo plano que las otras formas de inteligencia?
En 1983, Howard Gardner publicó Frames of mind, donde habló por primera vez de inteligencias múltiples. El término sorprendió a los especialistas y sedujo al gran público. Gardner se desmarcó de la concepción de inteligencia medida mediante el C.I. y puso de relieve las numerosas y diferentes facetas de la actividad cognitiva, desde las aptitudes musicales hasta las necesarias para conocerse a uno mismo. “Mi trabajo trata de identificar los componentes de las inteligencias que utilizan los marinos, los cirujanos y los brujos.” E insistió en la palabra “inteligencias”; para él, esas facultades son tan fundamentales como las que se detectan mediante el test del C.I.
En 1905, en París, A. Binet y T. Simon presentaron la primera escala métrica de medición de la inteligencia (la famosa escala de Binet-Simon). Su propósito era detectar a los alumnos incapaces de seguir el ritmo de la enseñanza primaria, a fin de dirigirlos hacia clases especiales. El cociente intelectual es de origen estadounidense y nació poco después del primer test; se calcula del modo siguiente: edad mental/edad real x 100.
En el C.I. se vio un patrón de medida de las facultades mentales con apariencia científica. Pero los tests de C.I. son ejercicios escolares y arbitrarios. Si poseen un valor de predicción real, es de evaluar el dominio del lenguaje y la lógica matemática, en los que también se basan los exámenes escolares, además, los tests tienen un sesgo social, cosa que han denunciado numerosos investigadores. El C.I. no mide la inteligencia, sino el conformismo social. La nota de un solo examen no tiene porque ser representativa de las cualidades permanentes del individuo. Pero no importa: en la mente del público en general, C.I. e inteligencia se confunden. Esto ha derivado en que la inteligencia se haya convertido en la capacidad para responder a un test verbal y lógico-matemático.
Sin embargo, Howard Garder, se opone a reducir de esta manera la definición de inteligencia y propone la siguiente: la inteligencia “es la capacidad para resolver problemas o para producir bienes que tengan un valor en un contexto cultural o colectivo concreto. Los problemas para los que se busca solución van desde inventar el final de una historia hasta anticipar un jaque mate en el ajedrez, pasando por remendar un edredón. Los bienes van desde las teorías científicas hasta las composiciones musicales, pasando por las campañas políticas con éxito”. No hay una inteligencia, sino varias, y Gardner enumera siete precisando que la lista es provisional. A las inteligencias verbal y lógico-matemática ya reconocidas por el C.I., que el separa y, sobretodo, sitúa en un plano de igualdad con las otras, añade las inteligencias espacial, musical, cinestésica, interpersonal e intrapersonal.
La inteligencia espacial la facultad para representarse en tres dimensiones, para orientarse, es de utilidad para los marinos, los ingenieros, los cirujanos, los escultores, los pintores, los arquitectos… la inteligencia musical reposa sobre la ejercitación del oído y el ritmo. La cinestésica es la inteligencia del cuerpo, la que domina los bailarines, los atletas, los cirujanos y los artesanos. La inteligencia interpersonal la define como la capacidad para comprender a los demás y trabajar con ellos. La inteligencia intrapersonal corresponde a “la facultad de formarse una representación precisa y fiel de uno mismo, y de utilizarla eficazmente en la vida”.
En el ascensor Ives, al usar sus aptitudes emocionales y relacionales, ha dado una muestra de una verdadera inteligencia, pero de una inteligencia hasta ahora desconocida ya que no se mide con la vara del C.I. se trata de la Inteligencia Interpesonal de Gardner llamada inteligencia emocional por Daniel Goleman, autor del best seller estadounidense Inteligencia Emocional.
Para Goleman el reinado del C.I. debe dejar paso al del C.E. (Cociente emocional). “el antiguo paradigma obedecía al ideal de una razón liberada de la presión de la emoción. El nuevo, nos invita a armonizar la cabeza y el corazón. Debemos comprender mejor lo que significa utilizar la emoción de forma inteligente”.
Según Daniel Goleman, la inteligencia emocional abarca aptitudes tales como: la capacidad de motivarse y perseverar pese a la adversidad y las frustraciones, el control de los impulsos y la capacidad de posponer una satisfacción, la capacidad de regular el humor y de impedir que se alteren las facultades de razonamiento, la empatía y la esperanza. Así pues, engloba las inteligencias inter e intra personales del Howard Gardner.
Quien más quien menos acostumbraba a encontrarla bajo el vocablo “inteligencia del corazón”, sin embargo, confundida a menudo con cierta ingenuidad e inconsciencia de las “realidades de este mundo”, estaba reservada (paradójicamente) a los prelados, los inocentones, los grandes sabios, a los mujeres y a los poetas. Pero ahora se convierte en una dimensión esencial del éxito y la felicidad. ¿Cómo definir la inteligencia del corazón? Se la reconoce de inmediato porque pone en contacto con lo que hay de humano en una persona. El que esta habitado por ella penetra mas allá de la superficie de las cosas, escucha las motivaciones profundas.
No es la razón lo que guía al mundo, sino las emociones. Así que ya va siendo hora de que nos ocupemos de ellas. Unamos a la inteligencia de la cabeza la del corazón. Ese es el precio de la democracia.
Las emociones a las que no se les quiere prestar atención toman el poder. El fascismo y el racismo son respuestas emocionales a miedos, a sufrimientos que no llegan a expresarse. No es posible oponerse a ellos únicamente con la razón. Las sectas y los partidos extremistas se aprovechan de la inseguridad y del analfabetismo emocional. Atraen porque ofrecen la unión contra el malo, un sentimiento de fraternidad a expensas de la oveja descarriada, una revalorización personal a costa de desvalorizar a los demás.
Se habla de la gran violencia de los varios marginales, de los niños que, por un par de botas o una cazadora, asesinan a su compañero. Se habla mucho de esos impulsos incontrolados porque inquietan. En cambio no se habla del reverso de la moneda, de todas esas emociones que no se expresan, que se reprimen y se esconden en el interior. La soledad, la depresión y la angustia son el pan nuestro de cada día para muchos de nosotros. ¡Uno de cada diez franceses tiene depresión!
Por no manejar adecuadamente nuestras emociones, auténticas lisiadas relacionales, nos enfrentamos unos a otros. Un continuo acudir al médico, abuso del tabaco y del alcohol, dificultades para comunicarse, soledad creciente, racismo y exclusión son síntomas de una enfermedad social.
¿Cuál es el sentido de la vida? Eludimos la cuestión evadiéndonos en los hipermercados, en el trabajo o delante del televisor. “¡Una vida de locos!” Decimos antes de volver a conectarnos al gota a gota televisivo.
La angustia hace que funcione la economía. Los laboratorios farmacéuticos son los grandes ganadores de esta carrera de la explotación del desasosiego emocional y relacional. El informe solicitado por el ministerio de salud al presidente Edouard Zarifian sobre el consumo de psicotrópicos en Francia es alarmante. ¡Se venden 120 millones de cajas de tranquilizantes, somníferos y antidepresivos al año! Estos productos ocupan el segundo puesto en los gastos en medicamentos, detrás de los antibióticos. Por eso, necesitamos urgentemente aprender a hacer frente a nuestras emociones.
Ayer se respaldaba la integración, la identificación con la imagen del grupo, la autoridad, el control de uno mismo, el conformismo y la obediencia, y aunque la escuela pública sigue cultivando esos valores, el mundo actual exige autonomía, iniciativa, creatividad, realización personal, competencia, expresión emocional, autenticidad, espíritu crítico y empatía. Inteligencia emocional y relacional.
La sensación de seguridad que antes nos ofrecían las tradiciones, la pertenencia a un grupo, una familia o una empresa, hay que encontrarla ahora en uno mismo. Agobiados por conflictos internos, que años atrás se resolvían desempeñando un papel social estricto y bien definido, muchos de nosotros ahora nos sentimos desorientados ante los problemas que plantea la vida. Pero, ¿Quién nos ha enseñado a escuchar nuestros impulsos profundos? ¿Quién nos ha enseñado a seguir la inclinación de nuestro corazón?
Las empresas de nuestra época ya no pueden permitirse derrochar energía y creatividad en los juegos de poder. Ha llegado el momento de poner en común las capacidades de cada cual para crear una dinámica de redes. En la actualidad, ya no se trata de situarse por encima o por debajo de los demás, sino en uno mismo y en relación horizontal con los que te rodean.
La diferencia no la marcarán los diplomas ni el C.I. sino las inteligencias intrapersonal e interpersonal.
Únicamente el acceso a nuestras verdaderas emociones puede permitirnos responder a los desafíos que nos plantea la sociedad actual y su complejidad.
“La idea de un orden social natural en el que cada uno ocupa el lugar que se merece […] es una de las piedras angulares de nuestro sistema social. Todas las porras del mundo no bastarían para mantener un orden basado en la explotación y la opresión, si éstas no estuvieran interiorizadas por sus víctimas más directas. […] Ya hace mucho que los más explotados habrían cambiado un orden totalmente irracional, que ellos son los primeros en padecer, si la escuela, los medios de comunicación y toda nuestra cultura no tendieran a hacerles creer que son incapaces de pensar y de actuar.”
La autonomía amenaza a las estructuras sociales establecidas sobre bases injustas. La palabra viene del griego: nomos = norma de conducta, auto = propio. El individuo autónomo es aquel que forja sus propias normas de vida, el que escucha a su corazón. No es un rebelde. Acepta las normas de la vida en común, pero no tolera la injusticia.
No obstante, cuanto más injusta es una estructura social, más necesidad tiene de limitar la autonomía de sus miembros para mantenerse. Y en este terreno, las barreras psíquicas son más eficaces que los límites físicos.
Hace poco, mientras cambiaba de un canal a otro, pillé al vuelo fragmentos de un documental sobre un pueblo africano. Un periodista entrevistaba a una mujer sobre la poligamia: “¿tienen celos unas de otras?”. Sin interrumpir su trabajo de recolección, la joven africana le respondió: “No, no está bien tener celos, se ríen de ti”. La formulación es elocuente; la mujer no responde en función a sus emociones sino que enuncia un juicio de valor: “No está bien”. Y añade: “Se ríen de ti”. Ridiculizar un sentimiento es una de las técnicas más utilizadas para obligar a rechazar emociones. Entonces el periodista insistió: “¿Se alegra de tener coesposas?”. La joven exclamó: “¡Claro que sí! Si yo fuera la única, no sé cómo me las arreglaría para hacer todo el trabajo”, inconsciente de lo absurdo de la situación, ya que ni por un momento cuestionó el hecho de que las mujeres trabajaran mientras los hombres se dedicaban a descansar y a charlar. Y de este modo es como la negación de la vivencia interna favorece la sumisión a un orden establecido. Es evidente que si la mujer se concediera el derecho de sentir sus verdaderas emociones, se sublevaría contra esa opresión. Pero al ridiculizar todo sentimiento personal, y no ver a su alrededor más que ese modelo de vida, acepta creer que las mujeres están hechas para trabajar y los hombres para descansar. Y si en algún momento siente las cosas de un modo distinto del que le han enseñado, pensará que sus sentimientos son malos. No será muy difícil hacer que se sienta culpable para volverla a meter en vereda.
En todos los países del mundo se ha intentado sofocar las emociones individuales para mantener las tradiciones.
Sin embargo, en occidente, esas tradiciones saltan ahora en pedazos ante la libertad del individuo, aunque todavía no se sabe qué hacer con ella. La sociedad se dirige inexorablemente hacia la individualización, es decir, hacia la diferenciación de los individuos. Pero el proceso, en resumidas cuentas, es reciente. Las emociones, esos instrumentos de la autonomía, aún siguen siendo sacrificadas con pudor.
Para responder al desafío de nuestra época, el hombre debe restablecer el contacto con unas emociones de las que la educación lo ha alejado, y ser realmente él mismo, un individuo distinto de los demás.
La razón y la emoción han estado enfrentadas mucho tiempo, por lo que ahora ha llegado el momento de hacer justicia a la emoción, ya que en realidad nos ayuda a razonar. Las emociones impregnan sutil pero inevitablemente nuestra vida mental. La vida emocional, consciente o inconsciente, actúa de filtro entre el exterior y el interior, dirige nuestras elecciones, puede alterar nuestra relación con la realidad provocar tanto éxitos como los fracasos. Recuperar las verdaderas emociones es recobrar la libertad. Siempre y cuando se encuentre el punto de equilibrio entre la negación la expresión incontrolada, las emociones, lejos de encadenarnos, nos garantizan la autonomía.
Miedo, angustia, cólera o violencia, tristeza o depresión… poner nombre a nuestras emociones constituye la primera etapa del aprendizaje de la gramática emocional. Aprenderemos a cultivar y expresar las emociones auténticas, y a desprendernos de los sentimientos que aprisionan, hieren, nos destruyen y destruyen a los demás.
Los verbos clave de la relación son: dar, recibir, negar, pedir… intentemos conjugarlos, recordando que las cosas más sencillas a veces son las más difíciles.
En las mismas situaciones, todos los humanos experimentan idénticas modificaciones fisiológicas en su cuerpo. Las emociones son nuestro lenguaje común. Comprender mejor a los demás, reaccionar con empatía a sus necesidades y sentimientos nos permite tener menos miedo de ellos, sentirnos más cerca, más solidarios, y reforzar la cooperación.
“¡Yo soy así!” ¿No tenemos un carácter determinado desde que nacemos? ¿La depresión no es genética? ¿Nuestras tendencias a la cólera o a la angustia, para bien o para mal no están programadas? Entre los innatistas, para los que todo es genético, y los ambientalistas, que afirman que las cosas se adquieren, la lucha parece difuminarse. Actualmente, la mayoría de los investigadores optan por una posición intermedia, y para señalar la multiplicidad de los determinantes, se habla de campo causal.
El córtex está organizado en columnas y módulos verticales, unidos entre sí por conexiones horizontales. Al parecer, las estructuras verticales están determinadas de un modo bastante estricto, mientras que el establecimiento de las relaciones horizontales, por el contrario, depende de la experiencia. Es decir, que las neuronas que trasmiten información sensorial y motriz están programadas genéticamente, mientras que las redes de conexiones entre las neuronas, las áreas de asociación, se construyen a medida que va avanzando la vida.
Incluso los cerebros de dos auténticos gemelos, que tienen el mismo código genético, son morfológicamente muy distintos. Además el equilibrio de las conexiones se transforma en función de las experiencias. El paso de una información provoca siempre una síntesis de proteínas que codifica literalmente la red neuronal activada. Los caminos que siguen con más frecuencia están más marcados que los otros, lo que facilita la rapidez de conducción del flujo nervioso.
Los padres de Francois eran autoritarios, por lo que él se acostumbró a cumplir su voluntad sin rechistar. Todavía hoy, a sus cuarenta y dos años, le resulta difícil no obedecer de inmediato cuando un representante de la autoridad, su jefe, un médico, un policía…, se dirigen a él. El menor consejo se convierte en una orden, y el menor gesto de desaprobación por su parte es interpretado como rechazo.
Cuanto más nos enfadamos, más favorecemos ese tipo de reacción y, por lo tanto, con más facilidad y rapidez nos exasperaremos en el futuro. Mediante el mecanismo de las facilitaciones neuronales, los hábitos forman nuestro carácter y perfilan nuestro temperamento, es decir, nuestras tendencias a la cólera o sumisión, al valor a al retraimiento, a la reflexión o al miedo.
Sin embargo, el cerebro humano no es ordenador programado para toda la vida. La forma de los circuitos cerebrales no deja de cambiar en función de nuestras actitudes. Algunos enfermos a los que se les ha extirpado un tumor han recuperado facultades que se creía que habían perdido para siempre. Al parecer, en determinadas circunstancias (y con una buena dosis de motivación por parte de la persona afectada), otras neuronas pueden reemplazar los sectores destruidos.
En cierto modo, el cerebro funciona como un holograma. Y aunque usted cortara un trozo, seguiría teniendo la foto completa. La información se reparte por el conjunto y, al mismo tiempo, está disponible en su totalidad en cada parcela, aunque un poco menos nítida. El número de neuronas que poseemos asciende a diez elevado a la duodécima potencia. ¡La complejidad y el alcance de las posibilidades son enormes!
Así pues, el temperamento es el resultado de interacciones complejas entre el genoma del individuo y su historia, sin que se pueda atribuir toda la responsabilidad a uno o a otro. Nuestra manera particular de reaccionar emocionalmente ante el mundo es a al vez innata y adquirida, se modifica conforme va pasando el tiempo, y recibe la influencia constante de toda clase de acontecimientos interiores y exteriores.
Se ha establecido una relación entre determinadas sustancias químicas y las diferentes emociones. El cortisol es la hormona de la depresión, la adrenalina, la de la cólera… pero, si bien es cierto que las emociones tienen un sustrato fisiológico, este tampoco es determinante. Jean-Didier Vincent lo ha demostrado inyectando la misma cantidad de adrenalina a diferentes voluntarios en los que ha provocado euforia o cólera según las circunstancias en las que se hallaran.
Es inútil acusar a la genética o a la biología. Nosotros somos los responsables tanto de nuestros actos como de nuestros sentimientos.
Los sentimientos tienen fama de obnubilar la razón. Y eso es cierto, los sentimientos influyen a la hora de razonar, todo el mundo lo sabe por experiencia. Cuando estamos contentos, el pensamiento funciona con rapidez, y cuando estamos tristes va lento. Pero ¿está justificada la tradicional oposición entre razón y emoción?
En 1848, un hombre de veinticinco años, jefe de equipo en las obras de construcción de las vías férreas, vio cómo su vida se tambaleaba. Phineas Gage, especialista en el montaje de minas y dinamitero, disponía de una perforadora especial, muy afilada, hecha a la medida para él. Sin embargo, un instante de distracción bastó para provocar el accidente. La explosión fue muy violenta, y la barra de hierro, en lugar de penetrar en la roca, avanzó en sentido contrario, perforándole la mejilla izquierda, taladrando la base del cráneo, atravesando la parte delantera del cerebro y saliendo por el lado superior de la cabeza. Pese a la gravedad de la herida, Phineas se levantó ante el asombro de todos. Podía hablar, caminar, y lo más sorprendente de todo conservaba la lucidez. Lo curaron y sobrevivió, pero experimentó un dramático cambio de personalidad. Su carácter, sus gustos, sus sueños, sus ambiciones, todo se transformó. Perdió el sentido de la moral, no respetaba nada, decía sandeces y tomaba decisiones absurdas. Se había vuelto incapaz de prever nada o de considerar las consecuencias de sus actos. Sin embargo, sus facultades mentales estaban intactas. Su capacidad de atención, percepción, memoria, lenguaje e inteligencia fueron puestas a prueba por los médicos de la época, sin que pudieran detectar fallo alguno que explicara el fenómeno. La lesión de Phineas Gage, situada a la altura del córtex prefrontal, aparentemente sólo modificaba su comportamiento social.
Hacia 1970, cuando Antonio Damasio, director del departamento de neurología de la Universidad de Iowa, y su mujer, Hanna, investigadora, operaron a Elliot de un tumor en el cerebro, localizado muy cerca del lugar donde Gage se había lesionado, empezaron a interesarse por las consecuencias que tenían las lesiones frontales cuando, ya que tras la intervención, su personalidad también cambió. Aunque poseía todas sus facultades perceptivas e intelectuales, empezó a tomar decisiones contrarias a sus intereses, dejó de respetar las convenciones sociales y se destruyó socialmente. Era incapaz de trabajar, y aun así no le concedieron ningún tipo de subsidio de invalidez porque los resultados de los tests de inteligencia salieron tan bien que los médicos pensaron que fingía. Por otra parte, pese a su elevado C.I. lo orientaron hacia una psicoterapeuta. Si sus facultades intelectuales estaban intactas, la causa de sus trastornos sólo podría ser emocional y, por lo tanto, competencia de la psicología… A no ser que fuera un vago.
Damasio empezó a hacerle pruebas y vio que sus facultades perceptivas, su memoria a corto y largo plazo, y su aptitud para aprender, hablar y realizar cálculos eran excelentes.
“Pero por la mañana había que insistir para que se pusiera en marcha y se vistiera para ir a trabajar, y cuando llegaba a la oficina, se mostraba incapaz de organizar sus tareas de forma racional. Si tenía que clasificar documentos, había muchas posibilidades de que, de repente, dejara de hacerlo y se pusiera a leer atentamente uno de ellos. O bien que se pasara toda la tarde preguntándose con qué criterio realizaría la clasificación: cronológico, alfabético… es decir, se entretenía intentando ejecutar muy bien uno de los pasos en detrimento del objetivo general. Ya no se podía contar con él para terminar un trabajo en el plazo previsto y como nunca hacía el menor caso de las observaciones de sus superiores, invariablemente siempre acababan por despedirlo de todos los empleos que encontraba”.
Por la época en que acudió a Damasio, se dedicó a coleccionar lo primero que se le ocurría y se embarcó en operaciones dudosas y desastrosas para él- de especulación financiera. Parecía que había perdido el juicio. Su familia no comprendía, por qué un hombre tan inteligente e informado se comportaba de esa manera. Y su mujer, ante semejante conducta, se divorció de él. Volvió a casarse, pero su segunda esposa tampoco soportó la situación. Las condiciones de vida de aquel hombre se volvieron dramáticas, pero nadie sabía cómo ayudarlo. Y el enigma continuaba sin resolverse.
Finalmente, un elemento atrajo la atención de Damasio: nunca en el transcurso de sus conversaciones con él, había observado ningún signo de emoción en su rostro. Elliot hablaba de su vida con una indiferencia que chocaba con la gravedad de lo que le estaba pasando.
Entonces le proyectaron diapositivas que mostraban edificios en llamas, personas gravemente heridas… nada conseguía emocionarlo. Decía que ya no reaccionaba como antes. Que no sentía nada, ni positivo ni negativo.
Pero ¿está relacionada esa alteración de la esfera emocional con los errores en la compresión racional de las situaciones?
A raíz de ese descubrimiento, los Damasio consagraron veinte años de su vida a observar, comparar, evaluar y a someter a pruebas tanto a seres humanos como monos, y llegaron a la conclusión de que “la capacidad de expresar y sentir emociones forma parte de los engranajes de la razón”.
Ciertamente, en determinadas circunstancias las emociones pueden perturbar los procesos de razonamiento, pero la incapacidad para expresar y sentir también puede alterar gravemente la capacidad de razonar.
Las representaciones mentales que nos permiten pensar están construidas a partir de percepciones internas y externas de nuestro cuerpo. Pensamos mediante imágenes. Las ideas más abstractas tienen un contenido sensorial.
Cuando tomamos decisiones, en muchos casos las emociones son factores determinantes, aunque parezcan en el plano de la inconsciencia. La lógica por sí sola no permite hacer frente a la complejidad y a la incertidumbre de nuestra existencia. Observe la manera en que toma una decisión. Lo que usted hace es pasar revista a una serie de imágenes del futuro, y de este modo, proyectándose en el futuro, su cuerpo le informa. Se imagina en A…, y una oleada de calor recorre su organismo: eso significa que sí. Se proyecta en B…, y una oleada de frío circula por su interior: ¡decididamente, no! Los indicadores somáticos, esas sensaciones fisiológicas que son las emociones, incrementan la precisión y la eficacia de los procesos de decisión.
Las emociones reorganizan la memoria. Cuando evocamos un recuerdo, no encontramos la imagen percibida originalmente, sino una reconstrucción de ésta. Recuerde el rostro de su madre. Puede verlo mentalmente, pero ese rostro es una versión reconstruida por las neuronas. Usted no ve a su madre, sino una interpretación (inevitablemente afectiva) de ella.
Cuanto más conscientes son sus emociones, de más libertad goza su existencia.
se lo que se siente querer a alguien con toda el alma, y que esta no te quiera a ti mas que como un amigo, companiero, colega, persona...este sentimiento que te quema por dentro y te remuerde el sentimiento hasta no poder mas. que hace que tu vida mas adelante talvez ya no tenga tanto sentido como antes...que esta persona hace que tu mires mas haya de lo que tu pudiste ver en algun otro momento. que esta persona pueda hacer que te sientas vacia y sin nada que hacer. que esta persona sepa quien eres, y te trate como cualquier otra. que esta persona te sonria es en lo unico que piensas todo el dia. que esta persona te quiera, es como pedirle al universo que las estrellas cayeran. que esta persona tenga la oportunidad de pasar un tiempo compartiendo recuerdos y no quiera ni pasarlos. que esta persona puede hacerte sentir de todas las maneras, menos la que tu deseas. que esta persona...
porque? porque esta persona es lo unico para ti, tu unico ser, tu unico haber...